Viernes 13 de Enero 2006
Julio De la Vega
Para iniciar la bitácora
de este año elegí a Julio De la Vega, poeta, escritor,
periodista y crítico de cine y literario. Nació
el 4 de marzo de 1924 en Puerto Suárez (Santa Cruz). Estudió
en la Universidad Mayor de San Andrés (La Paz) hasta recibirse
de abogado. Aún siendo universitario viajó por
algunas capitales de Europa. Perteneció al segundo grupo
literario de Gesta Bárbara, representativo del movimiento
poético en el país. Periodista de planta en el
desaparecido periódico Última Hora de La Paz. Ha
merecido la Flor Natural en los Juegos Florales Cervantinos,
La Paz, 1947. En 1963 obtuvo la Flor Natural y la Banda del Gay
Saber en los Juegos Florales de Santa Cruz. Recibió igualmente
el Premio Franz Tamayo de la Alcaldía de La Paz, en 1966,
y el Premio Nacional de Cultura 2005. Es miembro de la Academia
Boliviana de la Lengua. Actualmente reside en La Paz. Su poesía
es exuberante, llena de sensaciones y, al mismo tiempo, de subjetividad.
El amor, el recuerdo, la naturaleza, la emoción social
dan color a sus poemas. Gusta de la palabra y su reiteración
sin formalismos ni freno.
Obra en verso: Amplificación
Temática (1957), Temporada de Líquenes (1960),
Twist en las Alturas (1963), Poemario de exaltaciones (1967),
Vuelos (1992, junto con sus alumnos de Literatura de la UMSA).
Obra en prosa: El Sacrificio
(1965, Teatro), Matías, el Apóstol Suplente (1971,
Premio Nacional de Novela Erich Guttentag), Se Acabó
la Diversión (1973, Teatro), La Presa (1982, Teatro),
Cantango por dentro (1986), Cantango II (2005).
Van dos poemas de este autor,
debido a su extensión, tomados de Antología de
la Poesía Boliviana: Ordenar la Danza (Selección
de Mónica Velásquez Guzmán, LOM Ediciones,
Chile, 2004).
Rapsodia y mordedura del maldito
Pudimos ser una misma soga,
una misma corbata de emoción
pudimos ser.
Pudimos ser:
porque cuando aparecieron tus
ojos
como flechas señalaban
mi camino
y tu cabello flotaba llamándome
con su alfabeto de banderas...
Pudimos ser:
porque en tu piel yo vi mi nombre
y la estatua de mi destino tatuada
allí;
y vi cómo tu boca hablaba
para mí
y vi cómo tus dientes
eran blancas teclas para mi música.
Pudimos ser un mismo horizonte
porque en los anchos paisajes
de tu frente,
yo miré adentro de ti
y vi mi urgencia
y tus nervios como cables rotos...
Pudimos ser una misma ternura
porque tus manos eran pétalos
y era rocío tu cintura...
Pudimos ser un mismo manantial
porque en las playas de tus muslos
me llamaba la arena
y mis desesperados barcos
echaban anclas a lo largo de
tu cuerpo...
Pudimos ser un único jardín,
porque en tus ojos habían
flores de llanto
y era tu pupila un pálido
clavel...
Pudimos ser:
porque abrazados en la noche
nos unía una misma y apasionante
lágrima,
y la cruz la arrastrábamos
nosotros
ayudándonos a la manera
de empujar montañas...
Pudimos ser una misma cadena
porque en las muñecas
abrasadas
teníamos la misma marca
y éramos un mutuo carbón
para la misma hoguera
y éramos una misma sal
para la lágrima gigante
que nos rodeaba como un océano
inmenso
y tu latido tenía que
ser yo
y mi latido tenía que
ser tú
como una orquesta en un aire
para violines gemelos
como si fuéramos un mismo
patético compás...
Pudimos ser:
pero a veces lleva el hombre
tigres dentro,
lleva cuchillos para matar
y con espinas rasga rosas
y por las venas corren barcas
con guerreros primitivos
y el ancestro de bestias olvidadas
despierta como un clarín
y se yergue multiplicándose;
y la poesía entonces ya
no es canto,
ya no es clavel ni lluvia en
los tejados;
la poesía se hace entonces
un ronco mar embistiendo,
llama como un tambor de antigua
tribu para raptar mujeres;
entonces el violín sólo
es serpiente
y en el hombre florecen fauces
y le nacen filos por todos los
costados
y el fango lo maquilla
y lo viste con un smoking para
morder...
Pudimos ser:
pero el hombre en un instante
borra días
y se parece a Dios en destrozar
el tiempo
y el futuro con puertas se vuelve
reja para siempre
con pesados cerrojos sin escapatoria.
Pudimos ser:
pero a veces la seda para el
hombre no es suave
y la destroza con puñales
y el alcohol le ayuda desde un
vaso
que proporciona infames batallones;
y entonces el hombre no puede
llamarse Beethoven
y se vuelve un cordel desesperado...
Pudimos ser:
y ahora existe sólo una
noche en mí,
un instante muerto y apagado,
y cabellos como trigo ante el
granizo
y una boca implorando y reprochando
y delicadas manos que golpean
y aparece un telón fin
de función de cine proletario
y una noche final en la que grita
un remordimiento como eterno
ladrido.
Impromtus de mi infancia en
Santa Cruz
¿Por qué me enciende el corazón
el sólo imaginar
un viento huracanado doblegando
palmeras;
por qué me sale un canto
por la boca
como erosión de manantiales
al decir Santa Cruz?
Será porque mi grito,
el primero de todos,
bocanada inicial del aire de
la vida
o caída de bruces en zambullidas
a la luz
lo di entre manotadas por atrapar
el aire
que un beso me brindabas inaugurando
el beso de mi madre
y el paso debutante en mis auroras
ya supo de caricias
porque al dejar huellas pequeñas
en la arena
una temperatura de jaguares,
un vaho cálido de impulsos
sobre el hombro,
una urgencia vital hecha de raíces,
de hálitos vegetales,
de alfombras verdes
y ardientes soplos
diseminando el polen oloroso
me trepó todo el cuerpo...
Supe que me nacía el olfato
y el polen eras tú, mi
Santa Cruz,
ciudad nativa de mi infancia,
tú, mi primer zapato de
dedos imprimiéndose en la tierra;
tú, estrenando en mi oído
un sonido de grillos,
la guitarra minúscula
del grito...
Tú, iniciando mi tacto
sobre la piel de víboras,
ondulantes alambres que colgaron
mis sueños
cuando aprendí a cerrar
los ojos...
Y me enseñaste a ver
levantando telones de platanales
intrincados,
principiando un crepúsculo
de hachazos
al pecho de la tarde,
dilapidando rojos horizontes
para que aprenda lo útil
de los ojos,
rasgando un toldo de colores
que ocultaba florestas,
escuadras de tucanes aterrizando
auroras...
Y comenzaste el gusto de mi lengua
abriéndome naranjas,
precipitando lluvias en mi rostro
cuando de cara al cielo te esperaba
metiéndose las gotas en
los labios,
amarrando enramadas en mis dientes,
dándome a paladear frutas
silvestres...
Pero no es porque yo haya visto
la estrella
que me abrió las pestañas
llegándome en oblicua
línea de tu cielo
ni porque el trueno primordial
y el chaparrón del trópico
se hicieron eco de mi llanto
cuando estrenaba lágrimas,
ni porque la tormenta
fue mi canción de cuna
resonando en los techos de lianas,
depositándose en lo hondo
del aljibe,
ni porque te miraba sin saberlo
yo te quiero,
ni es porque soy tu hijo que
te quiero,
ni porque te he hecho mía
desgarrando tus sábanas
de hierba
es que te quiero.
Es porque tú eres cálida,
porque eres amplia en ramazón
de eternidades,
por lo que eres y no por lo soñado,
por tu savia perenne alimentando
hormigas,
irguiendo postes del futuro,
cimentando horizontes
para que crezca recta la esperanza,
desgarrando la noche y apadrinando
el día,
bañando tu cadera en los
arroyos
para que sepa el hombre que está
cerca
el día de tocarte,
de germinar en un telón
de cañas,
de cruzarte caminos en el cuerpo,
de ver crecer desde tus senos
un ancho río que arrastre
troncos
para salvar naufragios...
Es por tu ancha falda,
por tus sandalias dibujando sus
pasos en la arena caliente
señalada de rumbos
y porque tú tendrás
que ser de todos,
como el telón que brinda
Dios cuando ordena la noche,
como tu misma noche que acaricia
recuerdos
y dispone mañanas sin
limitarse en ámbitos,
abriéndose al futuro
¡Es por lo que tú
eres que te quiero, te quiero! |