Viernes 30 de Junio 2006
Guillermo Bedregal
García
Hoy torno a mandarles una vez
más versos de Guillermo Bedregal García, quien
nació en La Paz el 15 de enero de 1954 y pereció
en un accidente automovilístico el 26 de octubre de 1974
en la misma ciudad. A los seis meses de su deceso se publicó
La Palidez abril de 1975 y en 1980 Ciudad Desde la
Altura. En 2001 se reeditaron los anteriores y se agregó
Empiezo a visitarme (del cual extraje todos los versos incluidos
en este envío).
Van cinco poemas de este genial
creador.
Solamente poseo mi miedo
Solamente poseo mi miedo;
al ver el árbol, en la
esquina que ha alimentado otras esquinas,
al verlo solo y verme difundido
en el olor de la ciudad;
porque así somos el árbol
y yo,
así amanecemos detrás
de las esquinas
tropezando con las legañas
de días anteriores,
con nuestra propia piel
que se desconoce ahora,
y ama las sombras que ha dejado.
Tú lo sabes porque mi
follaje te ha manchado
y porque el asombro que te dejamos
va descendiéndote
hacia las quebradas azules
donde las voces y los mediodías
las cornisas y la respiración
de los perros
lo ciudadano y tus pómulos
manchados de tanto anochecer,
son una ventana más
desde donde el silencio mira,
desde donde el silencio siente:
mi sonido, el tuyo y el del árbol
tan inmensos en la ciudad que
se abandona.
Tengo miedo de oírte,
tengo miedo de oírme en
el árbol...
Me estaba esperando
Me estaba esperando:
inconfundiblemente solo
en un navío que recupera
el silencio de la ciudad
y acarrea la tarde hacia el atardecer
donde mi mano y los cerros ya
te han visto
pues eres igual al resplandor
que va emergiendo de esta lejanía que me seca el alma
y me aparta hacia una voz niña
que se ha descosido de las calles.
Desde el eco mi sequedad te anunciaba
tu memoria estaba cada día
en el aire pesado,
en la ciudad que respiraba su
recuerdo;
yo estaba cerca y lejos de lo
que se encendía
al trepar por el abismo que mantenía
tu voz
que te reflejaba como frío
mientras el Illimani1 fosilizaba
la tarde
y me desprendía hacia
el balbuceo de tu reflejo
que era el principio de la noche.
1: Volcán extinto que
es una suerte de guardián de La Paz y sus habitantes.
Recogió su fantasma
Recogió su fantasma en
los relojes;
después, se miró
ardiendo en las uñas
e intentó un retorno a
tu pelo desviado hacia el desfallecer
de la oscuridad sobre la ciudad.
La ceremonia empezó en
un rincón
donde algún pájaro
dejó su sombra como la basura,
empezó y jamás
finalizó,
se quedó en el diálogo
de un breve horizonte,
más cercano a lo viviente
pero lejano del verdadero parpadear
de la tierra
cuando empieza a mecerse hacia
la noche
y va acercándose en frío
hacia la ciudad
que espera tras de mi palpar,
tras de mi ver
como un ladrido rasgando
el principio antiguo que lleva
la niñez a mi silencio.
Te rechazaste y rechazastes
intentastes en el viento tu borrar
partistes tus pómulos
y los posastes en la ceniza para que se fueran,
te fuistes del brillo e intentastes
una habitación en las cosas
te guardastes en la memoria
y envolvistes con lo tocado la
noche que te quedaba por ver;
entonces te encontré
y estuve triste.
Todo en ti
Todo en ti va tomando un lustre
diferente:
esta música te va variando
hacia el olvido
y la antigüedad te recupera.
Desde tu límite;
cerca a los cerros que conservan
la memoria de la ciudad
que conservarán tus ojos
y entonces será el fin de la tarde.
Cerca a donde te recordaré
cuando el agua sea viento
y ya no pretenda mi sombra,
empiezo a silenciarme:
viéndote en la última
oscuridad de mis manos
comenzándote en el saludo
lejano de estos cerros.
Tengo una meditación
Tengo una meditación de
ti
que me despide cada mañana
desde el mirar penoso de una
esquina.
Tuve que haber tocado el ruido
del pájaro en la noche
para vencer el estar que mi piel
habitaba,
para sorprenderme en la claridad
que algún tejado olvidó en mí,
y partir definitivamente,
sin bagaje ni ausencia,
sin pasajero envuelto en lo antiguo
de algún horizonte.
Ni siquiera te robé la
memoria
pues necesito de tu evocación
sonámbula
para regocijarme del olvido de
las montañas y el polvo
y saber que en alguna ventana
la muerte me espera,
con tus mismos ojos
con tu mismo recordar,
extrañando el olor a ciudad
que la distancia y mis habitantes derramados
han dejado en mi silencio. |