Viernes 20 de Octubre 2006

Matilde Casazola Mendoza

Hoy les hago llegar una vez más algunos versos de la poetisa chuquisaqueña Matilde Casazola Mendoza, nacida en Sucre. Ha cultivado desde temprana edad la poesía y, posteriormente, la música, entrelazando ambas artes en la composición de canciones enraizadas en la tradición musical boliviana. Tiene publicados trece libros de poesía y, paralelamente, nueve entregas en discos y casetes, en interpretación propia en canto y guitarra de sus propias composiciones. Entre sus publicaciones más importantes, se pueden citar Obra Poética (Imprenta Judicial, Sucre, 1996),que compendia doce de sus libros de poemas, y Canciones del Corazón para la Vida (Ediciones Gráficas E.G., La Paz, 1998), cancionero que abarca cuarenta de sus composiciones en letra y música. Su obra está citada en antologías nacionales y extranjeras, así como sus canciones son difundidas por artistas connotados. En 2004 publicó La Carne de los Sueños (Editorial La Hoguera, Santa Cruz), incluida dentro de su poesía en la llamada “Serie Autobiográfica”. Este volumen abarca la obra producida entre los años 1982 y 1983.

Van cinco poemas de esta autora publicados en Tierra de Estatuas Desteñidas (Ediciones Gráficas, E.G., La Paz, 1992).

2

Cantar en el camino

al compás del andar

soñando viejos sueños

que quedaron atrás.

Soñando hallar la clave

de nuestra honda verdad

cantar en el camino

juntando soledad.

Rimando nombres, quedo

con voz de un recordar

y el viento, siempre el viento

que al mismo paso va.

Cantar a Dios nombrando

sin llegarlo a nombrar

por los caminos blancos

de tan viejos que están.

Pensativa la frente

pausado el caminar

y la canción eterna

que hilando sueños va.

4

Poesía: tú me vuelves a mi cauce.

Lo demás, todo es oro licuado

que se va al mar lejano.

Lo demás, todo es llanto

que se traga el olvido.

Tú, sola

con las dos manos graves

coronándome de espinas

me das el paraíso,

la justa clave

para hender el misterio.

13

Esta noche la guitarra

no tocó.

Callada guardará

sus sabias, confortantes

resonancias

sus palpitantes voces

dentro de estuche

bien sellado.

Yo la dormí

yo la dejé esperando

yo le impuse este llanto, este quejido

mudo.

Si ella me consolaba

si quería ella darme

su calor

si tendía implorante

su madera

hacia mi pecho helado.

¡Qué obscuridad no oír

sus voces esta noche!

¡Saberla tensa

mal dormida en su estuche

mientras mis manos tientan

su contorno inequívoco

y es el aire vacío

la muerte, de este lado!

¡Oh, tú, aguarda

la mañana!

Azul suele adornarse

suele calzar sandalias

de escarcha frágil.

Volveremos a unirnos

como ocurre

hace tiempo.

Hoy el topo que albergo

en la cueva de mi corazón

está terriblemente ufano

y me obliga a escribir

a dar mi sangre borboteando.

Perdóname

por esta ausencia;

más daño me hace a mí

que a tu madera.

Sabe que te amo

furiosamente

más que nunca esta noche

en que te obligo

a no cantar.

Mañana será

para ti y para mí

día de feria.

Azul mañana

en que mis dedos

recién brotados del misterio

te relaten un cuento

inacabable.

17

Todos tenemos una estrellita en la palma

de la mano

una estrellita que nos hace pensar en mil cosas

que pudieran sucedernos;

cosas inolvidables,

un destino marcado.

El éxito, quién sabe

el amor inmortal, logrado

o a lo mejor, la muerte heroica.

Todos tenemos una estrellita en la palma

de la mano

y en la noche terrible

ella nos habla

con lengua sabia

de lo que habremos de ser un día, al cabo.

Y entonces, nuestros ojos se distraen de las venas,

verdes ríos temibles

y extáticos, se quedan contemplándola

imaginando posibles circunstancias futuras,

y alargan una vez más el plazo

por si un acaso, solamente.

Todos estamos señalados

para logros brillantes

y una tarde de lluvia, por ejemplo

cuando el transeúnte fatigado

aviva el paso para llegar hasta su pieza tibia,

nos morimos como si tal cosa

luego circulan invitaciones,

comentarios

o simplemente un foso abierto en cualquier campo

y nuestros ojos

multiplican, desorbitados

estrellitas y estrellitas

que se amontonan, espantadas

hasta inundar las cuencas

en un lago final

de inmutable tiniebla.

18

En la punta de una espina

yo siempre habitaré,

ya fuere en una choza

o el palacio de un rey.

Ya fuere de rodillas

como hoy, amándote;

ya fuere torturada

por las sombras de ayer.

Ya fuere en un columpio

de alegrías y miel,

ya al umbral de una puerta

que nunca tocaré.

Ya fuere al mediodía

ya en la noche más cruel,

en la punta de una espina

yo siempre habitaré.