Viernes 16 de Mayo 2008
Adriana Lanza
Para este viernes les
hago conocer la obra de la joven poetisa Adriana Lanza (su foto
en el blog http://laseleccionesafectivasbolivia.blogspot.com).
Nació en La Paz el 2 de noviembre de 1978. Estudió
en la Universidad Católica Boliviana en la carrera experimental
de Arte mención Literatura. Publicó el poemario
Primer Alumbramiento (La Paz, 2005), con el cual, acota, comienza
una vida donde la poesía no sólo es sensación
sino escritura.
Acerca de su primero
poemario, Jesús Urzagasti refiere en la contratapa: «voces
y obsesiones de promisorio aliento aparecen en planos paralelos
hechos para el diálogo y la intervención de la
memoria. La infancia, lejos de ser un refugio, es un punto de
partida para quien se sabe comprometida con la claridad del presente.
La mujer que fue niña asume su vitalidad en contrapunto
pleno con la escritura».
Van seis poemas de
esta joven autora, extraídos de Primer Alumbramiento (OFAVIN,
fono 2210964), texto dividido en tres segmentos: Vientre, Lumbre
y Regreso a mí.
Por la ventana*
Palpo este mantel a
cuadros
crudo bordado blanco
por la ventana de todos
los días
aparece un ser
muy diferente al que
extraño.
Había un bosque
opaco
había una laguna
de barro.
La niña corrió
hasta hundirse
donde se perdió
el caballo.
Descubrió sus
amuletos
en los ojos de Atreyu1.
Prodigio de esta historia,
salió al otro
lado.
La otra niña,
no osada, rosada,
la miraba desde su
orilla
sin perder el color.
Ennegrecido, el cuerpo
supo de su destino
siniestro.
Trepó al cerro,
llegó a la cueva,
niña consagrada
al agujero.
Sólo ahora la
extraño.
Muero por la niña
encerrada en la caverna.
*: Incluido en la primera
parte.
1: Para quienes no
se acuerden, protagonista de La Historia sin Fin, novela del
alemán Michael Ende y película de culto,
para muchos de su compatriota Wolfgang Petersen.
El sendero*
La infancia es un sendero
elegido en la memoria
que la niña
recorría
para cruzar los cerros.
Un niño le había
dicho
que del otro lado su
sombra
encendía las
lámparas
de un país hechizado.
¿Soñaba
con ese país?
¿O con el niño
heraldo?
Al despertar le susurraba
la canción
de un pingüino
viajero.
Alguien atravesaba
con la niña
el abismo.
Eterno amigo el recuerdo.
El miedo atisbaba desde
sus pupilas
que invocaban a las
siluetas
de los juguetes en
la oscuridad.
Danza macabra de mis
desvelos.
Yo aquí, hablando
de ello
con el íntimo
vértigo
de cruzar el estrecho
sendero.
*: Incluido en la primera
parte.
La saga*
Si tú así
lo deseas puedo ser tu hechicera
estar cuando me busques
desaparecer cuando ya no me quieras.
Puedo trocar este cuerpo
hacerlo más largo, angosto, más ligero
y ponerme un vestido violeta.
Soplar el humo que me rodea
ungirme de lavanda o jazmín
si me prefieres más sensual pachoulí.
Si mis manos te molestan
fabricaré guantes de seda.
Cambiaré estas
rotas sandalias
por zapatos abiertos de tacos negros
para que goces el cuidado de los dedos.
Reposaré los pies en agua tibiamente salada
un masaje de menta
convertirá lo tosco en marea
y las uñas en caramelo.
Pero supongo que no
eres tan tonto
para creer todo esto.
Ni por tu amor domado
movería yo un pelo.
*: Incluido en la segunda
parte.
Invocación*
Con el aliento de otro
aroma
salía de la
noche a la noche
a veces encontraba
buitres
o toros muertos
siempre restos.
Vestía de negro
o era la noche que
se
adhería a mi
cuerpo.
Yo no conocía
a nadie.
Nadie me conocía.
En esa inmensidad tenebrosa
en un extraño
punto
otra se revelaba.
Si ella lo recuerda
soy un sortilegio.
Más me gustan
tus enormes ojos verdes
y te quiero por dragona
enamorada.
Tu baile es mi escalera
mar abierto.
Tanto femenino en todas
partes
y yo sin nariz.
*: Incluido en la segunda
parte.
Cuántas palabras*
Es tan fácil
cuando estás adentro
y alguien te sirve
el té
y duermes todo el día
para empezar de nuevo
a memorizar las palabras
de la noche.
Pisas tierra firme
no hay mar
y el poncho a cuadros
de la abuela
te calienta. (Dicen
que hace frío.)
Es tan fácil
mirar la ciudad
desde la ventana
y hablar de las casas
y el sol.
Te complicas llorona
engendrando palabras.
*: Incluido en la tercera
parte.
Alimentar muertos*
Una mujer de cabello
largo y negro
cubierta por un paraguas
blanco
me mira con mejillas
de cera.
Yo la estaba mirando
cuando la lluvia empañó
el espejo.
Un calzón negro
es el conjuro.
Ha llegado de no sé
qué confines a mi puerta.
Yo que no suelo hablar
con los muertos
encendí una
vela y miré al abuelo en el umbral:
«Queremos comer»,
me dijo al pasar.
Entonces la recordé
con sus dientes de
nácar
y sus ojos de luz.
El primitivo calvo
creía que yo
seguía siendo
niña.
Fue tan fácil
comérmelos a todos.
*: Incluido en la tercera
parte. |