Viernes 21 de Julio 2006

Mónica Navia

Para hoy les hago llegar los versos de Mónica Navia, nacida en La Paz en 1961. Estudió literatura y lingüística hispánicas en la Universidad Autónoma de México, y una especialidad en etnohistoria andina. Es docente de lenguaje y literatura en formación docente y trabaja en el campo de la edición. Es investigadora en temas de educación en el lenguaje y la literatura. Dirige el grupo
“Los Cronistas”, desde el cual ha recuperado discursos urbanos.
Van cinco poemas de esta creadora, tomados todos de Escritura Amurallada (Colección de obras finalistas Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”, Plural Editores, 2005).

Espacio muerto

Bajo esta mirada, tenue abismo

se precipita el oleaje

se desata

adornando un falso brillo de espumas

un tamiz de arena que se esparce

en el filo de la manga

como un doblez de nudo en la garganta.

En tibio roce de lana

voces se deshacen

desterrando humo de notas envejecidas.

Tarde de estío

suspendida en el lenguaje,

hila vientos aprisionados

para que no tuerza solamente en nada

y arrebate con la sombra

que urde, cada mañana

la textura de su ausencia.

Suspendido erial nublado el horizonte

se anudan las ramas, extendiendo

el aroma

áspero sabor en el azar de este oleaje

en el único lugar que recorre el iris

desciende el vértigo azul de este lado

marea.

Detenido, a la distancia,

reconstruyo el olvido

en el resplandor de la tarde madura.

Desaparecen los contornos, incandescencia

del mar

pausa de una imagen desierta.

El abra en el armario (*)

El abra en el armario,

yacen las palabras olvidadas

las que pronunciara alguna vez, en un

principio,

esas palabras iniciales

cuando el que nombra creó al mundo.

No se repiten más, están postradas

allí

donde habita el mundo su

cadencia de tierra

como un vahído apenas perceptible.

En el justo instante de su emisión

ceden

a la potencia del sonido

se chorrean

entre las comisuras de la tarde

se desvanecen

cambian

como olas

nadie las reconoce.

Un río se expande por el suelo, ahogado

el lenguaje

que no habrá de pronunciarse.

Sólo el vacío habita el universo

ahora silencio

ahora mudo

ahora nada.

(*): Sin título en el original. Itero el primero verso cual estílase.

La otra orilla

Aspiro su imagen,

silueta pasajera que

me atraviesa cuando,

a veces,

me toca un poco de él

para luego perderse

mientras

derrama en mí

la vaga sensación

de su presencia,

remueve mis sentidos,

y deshilvana mis máscaras,

desnuda,

entonces.

En el momento cuando

sentir su aliento

rebasa los márgenes del sueño

o es apenas un esbozo de realidad

de esta nostalgia inútil,

cuando la verdad,

esa metáfora ambigua,

se traduce en la invención de

todos los días

que creemos conocer la vida.

Mas en ese juego,

sinsentido de su presencia efímera,

me inunda del aroma que desprende,

me rodea, a veces,

se desvanece un poco,

y yace en mí con

la constatación

de que acudió a la cita.

Pausa

En un círculo

tu imagen.

La contemplo largamente

en ese ir y

venir de todos los días

que te aprehendo

para luego perderte

una vez más.

Pausa,

repetición

eterna

como el día y

la noche

cuando pronuncio

tu nombre

y asomas a mi vida

tú, flecha

detenida

en la única duración

que se mece entre ambos

casi en el albor del

lenguaje,

y con la magia de

encontrarte

un instante

todavía.

 

Escritura amurallada

Soy silencio, palabra, tiempo. No sólo por la ansiedad que siento cuando estoy frente a la página en blanco que intento llenar, a veces, a tropezones, con lentitud desesperante, en ocasiones, con cierto desgano. También porque, al fin y al cabo, acaso sea un sueño del que me ha concedido la palabra para soñarlo. Y me creo escritura, siendo escritura; y me sueño viva, siendo apenas deseo. Ando recorriendo ese camino mientras lo nombro. Soy ese pleno de sentido en el que su palabra se confunde con la mía. ¿No estaré viviendo el soplo de la asfixia mientras trazo un cerco como la vida? Al mismo tiempo, las palabras se resbalan entre las comisuras de los dedos, y caen, como cuentagotas, sobre una superficie de sombras que desnudan por instantes la noche negra que me ciñe. Nada tan posible y absurdo, porque sigo muriendo a tropezones, con lentitud desesperante y con cierto desgano mientras termino de escribir este fragmento.