Viernes 07 de Julio 2006

Jorge Ortiz Sánchez

Para hoy les hago llegar los versos “aún oliendo a imprenta” de Jorge Ortiz Sánchez, nacido en Tarija en 1956, pero radicado en La Paz casi toda su vida. Egresado de Arquitectura, actor y poeta, decidió 21 años ha dedicarse de lleno al teatro y a pesar de lo difícil que esto resulta en Bolivia, ha cumplido a cabalidad. Ha participado, entre otros audiovisuales, en las películas bolivianas Cuestión de Fe, Para Recibir el Canto de los Pájaros, El Día que Murió el Silencio, El Triángulo del Lago, Tatuajes, Yawar, El Atraco y Di Buen Día a Papá. El vate Juan Carlos Ramiro Quiroga presenta un interesante comentario acerca de su obra en su blog personal:
http://culpinak.blogspot.com Ortiz ha publicado en poesía: El Agua Cóncava del Ciego (1991), La Vida (junto al Teatro “Grito”, 1999) y Autorretrato Acodado (2006).
Van tres poemas de este silencioso y casi diríamos novel creador, sobre el cual tengan seguridad volveré a futuro, tomados todos de Autorretrato Acodado (Plural Editores, La Paz).

 

II

Al sesgo del tabaco la pobreza pródiga en el honor de su fango,

tu corona carnal abrigará mis huesos luego, la criatura súbita

con rasgos de protagonista del aire pálido y veraz y manuscrito;

las mujeres que observaron mi cabeza con incrustaciones de pedradas

sublevaron su vacilación tremendista, sus torsos de bronce

en la cagadera volando, su miserable catedral inconclusa de virtudes;

el puntapié auditivo doblando su talento a pedradas es fiel

a su sonido maestro, alto y plano en Laikakota1, así nomás,

laguna de las brujas y los brujos cuidando huesos de milicianos tan felices.

Esta vocación de escalofrío no me sienta nada bien, suena a hilo cortado,

a menudencias sin lector, la embriaguez de morir ya no es la misma,

tiene sus límites al servicio del hombre, sus invenciones soplan

otras cañas litúrgicas para engrosar los bolsillos fieles y rotos;

de aquí viene la diáspora homenajeada de tu independencia sociable,

en un recuento de sombras chinas insuficientes, pese a la cercanía

de las cosas, de las nieves, del púrpura, del añil y del escarlata;

en las pupilas se visita una fiebre de temblor.

Tesón y músculos abren tu candado taumatúrgico a la altura de besarte

de hinojos, magiar inmisericorde cercana a la dolorosa, nikei de papeles,

uno puede morirse apenas de mala gana y sin los talentos

del cuerpo enemigo de los curas y los temas diarios y nocturnos;

donde la hojalatería ha formado los vientres herrumbrosos y ocres,

la indecisión de la oscuridad benévola y otra dulzura enferma;

donde la aquiescencia ventral de las monjas tapizó de huesos niños

el basamento de las iglesias, donde las divinidades son de piedra;

heraldo de mi joroba en las liendres meridianas, el peso calificativo

de tu personalidad esboza mi ejecución por mano propia.

En la memoria de las pupilas averiadas y percudidas quién te dará

la menta, menos la mística, menos la esperanza,

menos la virtud de la uva de Luribay2, menos el confeti,

menos la resolana; doblando penumbras que conmueven

sin ornamentos, menudo año frágil de mi próximo dibujo

en las manos del saltimbanqui sin edad;

así no puedo imaginar mayor concupiscencia ajena que la tuya,

de lejos ausculto mi niñez que cruje en un triciclo de turquesa.

1: Cerro paceño situado casi en el centro de la ciudad, en el cual se ha instalado uno de los miradores de la urbe y que en el pasado fue lugar de enfrentamientos durante algunos de los golpes de estado que han sacudido a Bolivia.

2: Valle situado cerca del volcán Illimani, desde donde se llevan frutas a la ciudad de La Paz.

 

VII

 

La vida sólo en pantalones no ha acabado de la lengua al ombligo

sin prestar la menor atención al mal agüero;

voz sustantiva de la tragedia de la embriaguez orinada,

corolario del alcohol cantado, alegoría de los cristales bíblicos,

facistol para la navaja endulzada con una sola palabra,

la cecina pública y la hambruna privilegiada,

el diminuto badajo de la mujer adulterando sabores de la lengua,

el jugo de aceitunas que resulta ser la escritura de dios

en el dialecto de tus cabellos.

El caracol sensitivo engendra panes del agua huraña en su lugar,

es como para morirse con ganas apalabrado por la cicuta, nukña1 perejil,

y los acordes del cine mudo y la sed del clavecinista,

“balanza de un solo platillo” la tristeza entristecida me devuelve

sus errores, invento alguna cosa para atarme a tus dos espejos,

al adoquín de tus calles y a la poca piedra labrada que heredamos,

es menester que las frutas se asoleen con tus senos y les tomen el gusto;

vulgarmente la resolana acaricia en su expansión perenne,

un ascua de unicornio se aviene a las minucias pantagruélicas

plegando esta pequeña peregrinación mística a tu ombligo.

Laica posición del orate espontáneo en sus disturbios fúnebres

la piedad ausculta estos espíritus ahuyentados de buena gana

en las mortajas de la porfía; no parece que los niños metafísicos

del mundo salgan a buscar a su madre, benigna en el cuerpo

peninsular de su desarrollo, en sus sienes crecen yuyos anónimos.

Desde la comparecencia en un cedazo fino de las visitas clandestinas

a la muerte, nunca le fui hostil al regüeldo de la soledad humana;

esparcidas didascalias boca a boca sin palabras quién es la música,

los niños abren un libro de la ceguera y sus delicias sin sentido,

quién es el lucernario, quién es la antropofagia;

del saturnino prestado sus abarcas, su lengua dura,

su provincia apartada, su provincianismo de santas tisanas;

la quietud llama a través del espejo en pares de ascuas de anunciación,

haya o no un hecho asombroso bailaremos con los tobillos hinchados

mansamente por la medianoche, tu guiñol está temblando

en los residuos de tu alarido, del cuerpo del delito,

del condenado a mediodía;

así mi silencio andaría dentro de un aguacero paceño.

1: Nukña es una palabra aymara cuyo significado no he podido encontrar. Sin darlo por seguro, me parece la expresión se refiere al perejil amargo, dañino para la ingesta.

 

XIII

Dos claras intenciones de tu pubis labiado suman sus espejismos,

interesaría hoy precipitarnos a balbucear alguna imitación de dios,

una alegoría carnívora, una tipografía febril, una especia

en el lenguaje figurado al sincerarse más allá del cuerpo de dios,

el falso cielo de los cómicos de la inmundicia desnudándonos con ayunos

del levítico; un haiku del azar ha de venirme encima con el hollejo

de la vigilia, en las entrañas frías de la penumbra la meditación

tranquila nos agua los recodos y el légamo,

así procuraremos iluminar la acción escénica con milagros de equívocos

y utopías, los odios de dios, las lumbreras monjiles, las falenas prostibularias.

Está la criatura poblada en su danza raída; riente desnudo

el que vegetaste en el momento del vaho tibetano que quise

me iluminara en mis dependencias humanas,

permanecemos en la sensualidad monacal envuelta

en severos despojos de una silla quemada, fue mi silla rota,

fue mi sillita huérfana, fue apenas un argumento de madera trabajada,

la vaguedad de un retablo miserable, cojera de confesionario.

Para ungirnos en un cedazo casquivano pecando en la lengua

la yema tiende a desorbitarse y el panal rinde miel azulosa,

las aficiones piadosas presumen de su niño sin bendiciones

cenitales del simulacro de un verbo, es la yeguada sabrosa

impúdica que hurga las verijas con hojas de laurel y acanto,

es la Cruz Verde en su calleja, es la pasión de la Santa Vera Cruz Tatala.

En la mitad del monte el silencio de la tartamudez nos fue haciendo

melancólicos, las venturosas sillas no nos piden tu descanso;

acto del estupor hazme tu piedra perenne, piedad del teatro vacío

dales de comer fantasmagorías a mis animalitos, así;

espectáculo del porvenir y del pasado sin motivación dramática,

salir temprano del cuerpo revaloriza las entrañas y no desperdicia

las sienes, un haiku del fracasado daguerrotipo de una mujer

frágil no está enfermo de mí, ya encontraremos otro intérprete

de tus espumas originado en un par de mancuernas;

estamos y no estamos lamiéndonos las heridas en las mujerzuelas

pertenecientes a los objetos de escarnio.