Viernes 6 de Abril 2007
Juan Carlos Ramiro
Quiroga
Para este viernes retomo
los versos de mi amigo Juan Carlos Ramiro Quiroga, ó El
Gayo de Cheshire ó Señor K. Nació en La
Paz el 11 de marzo de 1962. Literato, periodista, blogadicto
y padre de familia. Durante mucho tiempo asumió los dictámenes
fundamentalistas del Corán. Ahora practica el protestantismo
anglosajón, sin estigmas ni exclamaciones, alega. Hacia
1992 conformó el grupo denominado Los jinetes del apocalipsis
junto con Jorge Campero, Edmundo Mercado, Rubén Vargas
y Renato Careaga (compositor). Con ellos edita la revista literaria
El Cielo de las Serpientes, publicación sui géneris
en la cual se expone por vez primera para el medio boliviano
la poesía contemporánea del país. En 1995
impulsó la creación del Club del café y
el ajenjo con Gary Daher y Ariel Pérez. Este concilio
concreta el Primer Encuentro de Escritores de Bolivia y Chile
en Santiago de Chile, reunión que poco a poco se ha ido
consolidando como algo regular. La terna editó la revista
Mal menor.
Ha publicado cuatro
poemarios: El Pozo de Interminables Líneas: Cámara
de Eco (1990), Cámara de Eko o el Pozo de Ariana (1992,
reeditado en 2003), Errores Compartidos (1995, junto con Daher
y Pérez) e Historia del Ángel (2003). Tiene dos
textos inéditos: Turbaciones (de celo) ante la Gran Piedra
(1993) y El Primero Amor (2001). Su poesía está
incluida en la Antología de la Poesía Latinoamericana
del Siglo XXI (Siglo XXI, México, 1997), de Julio Ortega,
compilador.
En marzo último
publicó el ensayo Hueso Blanco (Editorial La Mariposa
Mundial, Plural Editores). Cualquier comentario acerca de la
obra de Juan Carlos, a la casilla electrónica: gayoajenjocafe@yahoo.com
Y sugiero asimismo, aunque no comparto en lo mínimo
la afición/manía por los blogs, visitar
el suyo: culpinak.blogspot.com
Van cinco sonetos incluidos
en su poemario Historia del Ángel (Plural Editores).
116
Responde mi Señor
a este ejercicio
de rimas, tonos, lloros,
que se elevan
a tus dulces celajes
mientras llevan
de la noche, las dudas
y el suplicio
monótono, medroso
y soez del vicio
que al cuerpo, de lujuria
toda enseban,
para hacerlo morir
mientras se van
muchas purezas por
un orificio.
Junta tu brazo sobre
esta plegaria,
pon oídos a
este cántico en Samaria,
que se ejecuta libre,
sin panderos
ni arpas ni voz de
lamento en los labios.
¡Qué importan
los demás y sus resabios,
mi alma te clama en
todos los senderos!
14.ago.1
119
¡Oh mi Dios te
doy gracias! Todo en ti
es cierto en este cuarto,
aunque nada
más sólo
hayan papeles y una espada,
unos versos quizás,
ningún rubí.
¿Qué
valor le das Dios, o no lo intuí,
a esta pobreza ruin,
tan anunciada,
que me acerca a los
cielos, bienamada,
y me aleja del suelo
en que nací?
Cansada de la vida,
ya no duermo,
porque hablan las amigas
y me enfermo.
Como a Rut, me fatigan
sus rumores,
y sólo pido
pan, un poco de agua,
su compañía
y qué más... ¿Por qué fragua
el demonio y me lanza
sus furores?
14.ago.1
121
Puedo morir en paz
porque conozco
a Dios, después
de darme a la carrera
de las letras con fe
y a la carrera
de las armas con fuerza.
Reconozco,
para mi mal, que yo
mismo fui hosco,
a la vez montaraz,
a la primera
cita con Dios en cerca
de su vera,
porque no vi su seña
por tan tosco.
Estando solo y pobre,
no hay peligro
para nadie, que tenga
tino y suerte,
a juntarse conmigo,
ya que emigro.
Que el morir me sea
báculo o portal
a la Vida y el vivir
sólo sea muerte:
porque todos mudamos,
bien o mal.
16.ago.1
A Gary Daher Canedo
123
A tu ser me acerqué
mi Amado hoy
mientras nieve caía
afuera y el viento
corría por tejados
en lamento.
Y en mi pecho creció
el fuego... Aunque estoy
fría, medrosa,
loca, no me doy
prisa por encontrar
paz ni contento,
porque mi mente forja
su tormento
en recordarte tal cual
te has dado hoy:
nada de luces vivas
ni de espejismos
sobre el cielo de agosto,
sólo nieve,
límpido manto
tuyo que cae breve
en callejones fríos,
causando sismos
en la gente de a pie,
que sólo trata
de abrigarse en sí
misma, muy ingrata.
16.ago.1
128
A mis pies, todo aquí
era mescolanza
y yo pedía a
mí mismo sosiego,
una orden que a mi
vida de labriego
traía Gabriel
en bienaventuranza.
Mucho más que
un témpano en templanza,
solía creer
nel sueño; pero ciego
o absorto me perdía,
sin sosiego,
sin afán de
seguir, sin esperanza.
Pero aunque el existir,
de mal en peor,
era una pesadilla de
terror
incalculable, Dios
sabía hallarme
en los rincones, do
creía no verlo
y do incluso ni creía
contenerlo.
Entonces mi razón
volvía a darme.
24.ago.1 |