Viernes 23 de Octubre 2009
Mariana Ruiz Romero
Este viernes les presento un
poco de la obra de Mariana Ruiz Romero. Nacida en Tarija en 1982.
Licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Católica
de Cochabamba, Bolivia. Magister en Relaciones Internacionales
por el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional
de Córdoba, Argentina. Ha cursado gastronomía en
Azafrán y escrito un libro culinario-poético: Los
Secretos de Rosalía (Editorial Nuevo Milenio, 2006) y
el libro infantil Uma y el círculo Mágico (Editorial
La Hoguera, 2009, http://venenolundico.blogspot.com/2009/06/uma-y-el-circulo-magico-el-nuevo-libro.html). Es parte de la antología joven poesía
boliviana "Cambio Climático" (Espacio Simón
I. Patiño, 2009). Ganadora del
Concurso de Cuento Breve AXS 2007 (http://venenolundico.blogspot.com/2007/08/mariana-ruz-romero-gana-concurso-de.html). Ha colaborado en diversos suplementos literarios
en su país, actualmente escribe para Fondo Negro en la
Prensa. Asimismo publica sin regularidad en su bitácora
http://mardesierto.blogspot.com/. En este enlace pueden acceder a una reciente
entrevista que la hicieron: http://educamposv.lacoctelera.net/post/2009/08/30/mariana-ruiz-romero-la-lectura-es-pasion. Su obra en poesía permanece inédita.
Van cinco poemas en prosa de
esta autora, extraídos todos de Cambio Climático.
Cualquier apetitoso contenido
Una redonda gota de materia se
desliza en mi interior, pequeña y metálica. Las
cavidades rugosas de mi ser la dejan pasar, balanceándola
gentilmente de un extremo a otro de mi cuerpo. No hay nada más.
Ella sola rueda a través del silencio, resonándolo.
La imagino sin brillo, quizás porque su recorrido se me
representa en tonos apagados: gira alrededor de murmullos rojos
como la madera antigua, atraviesa huecos cálidos, oscuros
como las sombras de la tarde. Duda entre un rumbo y los otros.
Sin esa gota, esa dureza ajena a mi cuerpo, yo apenas soy una
vulva vacía. Una torpe envoltura hueca, carente de cualquier
apetitoso contenido.
En el jardín
Tiniebla, entre velo de sangre
y otros tonos del sueño. Tocan a mi puerta y estoy dormida,
no atino a responder. Envuelta en amarillo tibio, en rosado y
gris, espero, detenida. ¿Tocan a mi puerta? Inmersa en
mi cuerpo, dada vuelta, mis párpados en el fondo de mí
misma, no puedo abrirlos. Mis pies cuelgan dentro, levantarme
es algo que no puedo. Respiro líquido, mi boca ha olvidado
el roce anaranjado de tu boca.
Tocan, rozan con los dedos la
madera de mi puerta, y yo, doblada entre penumbras, no puedo
ofrecer mi piel a la tibieza de esas manos que insisten a mi
vera. Cesan, y el ruido de esa ausencia deviene insoportable.
Cuando despierto, ojos abiertos atravesando esferas, agua corriendo
derramando puentes, vidrios de luz, ya no están al otro
lado. Exploto al respirar. En el jardín, otro capullo
cae abierto.
Suspendida
Dentro de mí no puedo
respirar. Algo se me envuelve y atraganta entre el vientre y
el estómago. Gira, pesado, me fatiga el habla y la respiración,
me hace lenta. A veces intenta salir todo de golpe, como un mareo,
otras, parece aposentarse, decidido, en el fondo del estómago.
Al final, regurgito una hebra fina, delicada, por la comisura
de mi boca: está hecha de palabras. Con ella tejo mis
mañanas, y equilibro, cuidadosa, cada uno de mis puentes,
ésos que me conducen de un sueño a otro, sin caer,
sin retenerme. Como Clarice, la otra araña, construyo,
urdo mi tela. Concibo cada una de sus frases. Sus perladas esquinas.
Sus estructuras sólidas. Camino, así, sobre mí
misma, falta de aire, en los ocho ojos todo comprendido. Como
Lispector, la otra que teje, suspendida.
Mariposas
Me mira, los ojos le brillan
como si ya me tuvieran dentro. Me quedo quieta, como cazada,
sin atreverme a corresponder ni moverme, de súbito envuelta
en la cristalina pared de esa mirada; como una criatura frágil
o alborotada, detenida de pronto. Mi mundo confinado al cerrado
entorno de ese instante, sólo me resta observar: quién
sabe por cuanto tiempo mi alma sabrá mantener su pausa,
yo-sobre-grava-sobre-verde, antes de desesperar y agitarme toda,
reaccionando ante ésa, la soberana percepción de
quien me embarga. La temporada ha empezado.
Recuerdos incluidos
Tengo que irme. No estoy donde
debería estar y la urgencia de partir me remueve entera.
Escribo, porque-no-queda-más-que-escribir, porque-no-sabría-hacer-otra-cosa,
antes de mandarme a mudar, de hacerme aire, de huir con mi nombre
y mi piel a cuestas. Es tan lindo estar en otra parte, ser una
desconocida de pelo negro y ojos distraídos. Sonreír
y pensar, ah, nadie sabe a quién me parezco cuando sonrío,
ni quienes son mis padres. Nadie sospecha con quien duermo abrazada,
ni se lo inventa si no sabe. A nadie, y este es el alivio más
profundo, le afecta mi soledad, mis cambios de humor, mis desalientos.
Puedo, sin chistar ni ofrecer explicaciones, desnudarme en una
plaza, besar las esquinas de sombra, bailar al son de música
en balcones. Puedo atracarme de galletas, no comer una semana,
beber sólo agua y no doblar mis pantalones por la línea
del medio. Puedo puedo puedo. Y este sol, y cielo azul, y ésta
cerveza fría, no alcanzan a convencerme de lo contrario.
Todos ellos, diferentes, se pueden hallar en otras partes, los
dioses saben que lo particular es universal, sólo que
está en un lugar distinto al anterior. Así, disfrazada,
parto pronto. Las faldas recogidas, los senos escondidos, temprano
una mañana. Aunque mi pasado me persiga, da lo mismo.
Toda forastera lleva a cuestas lo suyo. Recuerdos incluidos.
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