Viernes 18 de Noviembre 2005
Mónica Velásquez
Guzmán
Para este viernes de nuevo
itero poeta y les hago llegar versos de Mónica Velásquez
Guzmán, nacida en La Paz, poeta y doctora en Literatura
Hispánica. Tiene publicados los siguientes poemarios:
Tres Nombres Para un Lugar (1995), Fronteras de Doble Filo (1998),
y El Viento de los Náufragos (2005). Ha editado además
la Antología de la Poesía Boliviana Siglo XX: Ordenar
la Danza (2004).
Van siete poemas de esta autora,
extraídos de El Viento de los Náufragos (Plural
Editores).
Siete Maneras Para
Decir el Dolor(*)
Posibilidad 2
Quiero hacerte una
niña pequeñita
perdida de la mano
de su madre,
niña guardada
sin nombre
tímida y solitaria
entre la maleza de las burlas
confundida miedosa
ante las disciplinas
para que sepas y hurgues
el desamparo
toques la nada con
ambos pies, te confundas
tengas pretextos para
hallar guaridas
y veas la lluvia, por
fin, desde la ventana.
Posibilidad 5
Quiero, Juana la Loca,
darte un Sade que torture tus cavidades
hasta la saciedad de
lo cruel y lo pendiente
demonios hablándote
al oído,
exigiendo desordenar
tu cordura.
Quiero verte bien loca,
salida de tu cuerpo,
vagando por un muerto,
siendo otra,
y tocar la cicatriz
obligada
para ningún
hijo nadando en el vientre.
Quiero darte un autismo
real y patente y diagnosticado
entonces tu eterno
silencio tendría razones para la fiesta
te pondrían
cuartito aparte
y taparían sus
nobles oídos con corchos de vino tinto
lejos de tu grito que
grita el dolor del grito.
Tal vez entonces te
cierren a salvo en los sitios de la locura
y sea una buena explicación,
otra mujer que amó demasiado,
te visiten los domingos
con violetas y empanadas
tal vez no asustarías
a quienes espían desde el muro
sabrías disimular
los ritos inventados por malos amantes
y retrasarías
la cita, voltearías a tiempo, sabrías despreciar
y reírte
te recordarían
con cariño,
enterrarían
tu cuerpo cerca del amado
perdonarían
una culpa que no sabes rastrear
y te perdonarías,
también tú.
(*): Nombre de la sección
en el texto original.
Hechicera(*)
I.
Apenas abrí
los ojos, ahí estaban ellos, los muertos
ignorantes todavía
de su propio morir,
o los otros, los viejos
amantes de la muerte
en cuyo mirar la vida
era siempre más aguda;
unos adelantan la despedida
de sus cuerpos
y andan sus palabras
buscando mensajeros del después,
otros ya agotados equivocan
las sendas del no retorno
y se refugian refunfuñando
en muecas que da miedo ver
suelen venir a recostarse
a mi sombra
con olor a pena reciente
y madera encerada.
Mi mano, que ya les
conoce el modo,
toma con prisa el dictado
de lo pendiente.
Hay heridas hondas
me dicen necesitadas de decirse.
Es el frío el
que inaugura mis ojos,
el frío de los
muertos que me visitan.
VI.
Hechizar es provocar
la cópula furiosa
de la muerte con la
vida
mezclarles los olores,
grabarles los gemidos
para convocar a cuatro
vientos
a siete mundos en tus
siete cuerpos
es saber el reverso
de los hábitos
y hablar, proferir
la sentencia,
el amor lujurioso a
la palabra.
XI.
Aunque trepes el cadalso
más seguro y creas ser el verdugo
no mires ni de reojo
la ansiedad de mis manos por tu espalda,
aunque creas haber
huido del conjuro y del encuentro
y ardas feliz en la
calma de los anillos
ten cuidado, amor,
aún viven las palabras
perpetuando mi deseo
y te visitarán
en día de santos
para obligarte a regresar
la memoria.
Mientras, acepto la
condena
y me entrego a las
múltiples bocas
cuyo terror me sentencia
a la hoguera.
Elijo morir así,
con sus manos hurgando mis senos
meciéndome por
dentro hasta mi espasmódica rendición
elijo el temblor con
que domina el hombre
cierro puños,
ojos, versos,
quema tu desamor que
es deseo en otros muchos.
Arde, amor, tu bruja,
en un relámpago
con que abren mi cuerpo
negándome la
paz de morir a solas,
obligando al silencio
mi fe.
(*): Nombre de la sección
en el texto original.
Desaparecido Sur(*)
I.
Sé que tu mano
le discute a la memoria
cuenta mi puesto en
la mesa
y lo quita después
la lágrima.
Sé que me recuerdas
y convocas
que me eliges olores,
sabores
deshojas almanaques
retando al tiempo
caminas las manecillas
y ruegas a nuestro Dios.
Sé que miraste
de frente la distancia
y con fuerte palabra
le advertiste:
No te atrevas
a dejarla sin mí.
Me han contado que
me buscas,
entre muchas otras,
enloquecida,
me han dicho que hablas
con mi niñez a solas
y las balas perdidas
te parecen mi grito:
la única voz
que me imaginas.
Dicen que andas con
mi lucha,
con mi mala facha,
mi afán de hijo
para un mundo que ya
no existe.
Me han dicho, mamá,
que casi te has hecho la que yo era
y me he conmovido,
y he llorado, orgullosa de tu locura.
Por si crees que son
fantasmas, lo desmiento, soy yo.
Por si temes que no
te haya comprendido, lo advierto:
sé que era tu
adiós, como el de Pedro, la negación necesaria
para redimir un cuerpo
que ya caminaba en su cruz.
Qué gracias
podría haberte dado,
qué adiós
efímero para abrazarte ahora con el aire,
con los huesos que
nos van apareciendo.
III.
No soy yo
quien se deshace
en el temblor o la
muda queja
de un cuerpo roto;
no soy el que desvía
la mirada
el que muere
y no puede decir basta.
(*): Nombre de la sección
en el texto original. |