Viernes 23 de Diciembre 2005
Blanca Wiethüchter
Nacida en La Paz en
1947 y fallecida en Cochabamba en 2004. Poeta, ensayista y narradora.
Publicó cerca de una docena de poemarios y también
textos en prosa. Realizó una Maestría en Literatura
Latinoamericana en París, con el poeta argentino Saúl
Yurkievitch. Representó a Bolivia en varios encuentros
internacionales, el último de éstos en Chile, en
marzo del año pasado.
Obra en verso: Asistir
al tiempo (1975), Travesía (1978), Noviembre 79 (1979),
Territorial (1980), Madera viva y árbol difunto (1982),
En los negros labios encantados (1988), El verde no es un color
(a la luz de una provincia tropical) (1990), El rigor de la llama
(1994), La lagarta (1995), Huesos de un día (1996), Qantatai
(Iluminado) (1997), La piedra que labra otra piedra (compilación
cuasi antológica, 1998).
Obra en prosa: Estructuras
de lo imaginario en la obra poética de Jaime Saenz (ensayo),
Memoria solicitada (un acercamiento al poeta Jaime Saenz), Los
melancólicos senderos del tiempo (crítica-ficción
sobre la obra pictórica de Ricardo Pérez Alcalá),
El jardín de Nora (relato).
Van cinco poemas de
esta autora, tomados todos de Antología de la Poesía
Boliviana: Ordenar la Danza (Selección de Mónica
Velásquez Guzmán, LOM Ediciones, Chile, 2004).
Epílogo
Me he muerto a mí
misma
y eso me conmueve en
sobremanera.
Volver a preparar mi
desaparición
me consuela y me desgasta.
Pero puedo seguir la
curva de mi brazo
lo que me da la medida
de mi soledad
y puedo morderme el
vientre de nuevo
lo que enciende el
sumidero
en el que temo caer
para siempre.
Amo este mi cuerpo
árido
sin solicitud, con
avaricia
mi negro hombro infantil
que se desplaza según
el cielo
que diseña todo
invierno.
(No conozco otra estación
que el despojo).
Todavía no me
interrogo
sobre lo que significa
para mí
esta nueva derrota
en mi historia.
Me pregunto cuántas
veces aún
tendré que ofrecer
mi cuerpo
para cambiar de nombre
y llamarme solamente
a mí
con mi claridad desamparada
y mi oculta herida
sin balanza.
Me pienso a veces
con el orgullo de una
estrella
y alguien en mí
se mofa del algodón
con un canto de sirena
entre los senos
no entiende nada de
las hormigas
ni del placer de mirarse
morir
matando lo harto que
todavía hay en mí
de niña tierna
y maternal.
Pocos son los que comprenden
el fuego que se está quemando
y que puedo morir de
verdad morir de verdad
sin un signo de locura.
Rapsodia Primera
A caballo desciendo
del sueño, y sin saberlo
hacia un febril paisaje
poblado de oscuras potestades.
Fue un día en
que miraba ciega la medida
del vasto cielo que
cubría la isla, al soplo
de los vientos del
norte que aquí convocan
los cautos fuegos de
verano.
¿Cómo
imaginar, la presencia de un gran mal altivo?
ardoroso, como pozo
negro en el mar
dispuesto, como volcán,
a echar piedras encendidas
langostas voraces sobre
campo labrado.
¿Cómo
imaginar entonces los faroles de la muerte
al interior de la isla?
Ilusa de mí
sin lámpara
de ojo precoz.
Al descansar bajo la
sombra de un frondoso molle de perlas escarlata
el soplo velado de
un vanidoso viento levanta la seda azul
que cubre mis ojos
arrogantes.
Una paloma cenicienta
cruza el cielo del país
de norte a sur, de
norte a sur.
¿Sabes tú
que las palomas grises son de mal agüero? ¿Lo sabes
tú?
Y no vas a creerlo,
como para confirmar el signo malhadado
tres cuervos me arrebatan
las joyas que adornaban mi bandera
un no sé quién
me coloca un racimo de uvas amargas
en la palma de mis
manos,
como si fueran ellas
vasijas vacías.
Pero fueron los lirios
los que me urgieron retornar a mi morada.
Vuelve a casa. Me digo,
vuelve a casa
mientras presiento
la miseria de un ácido paraíso de hojalata.
En el umbral de lo
que fue toda mi gloria
se habían anclado
los más insólitos caprichos.
En el centro del patio
encolumnado
rodeado de coloridos
despojos, desaires y deshechos de años
un mal olvido acumulaba
trajes como laderas de basura.
Y debajo de esta infecta
colina
casi despedazado, un
cajón de tumultuosas voces
briznas de palabras,
hojarasca, envolturas
confundiendo al más
despierto.
Irreconocible es el
lazo que las unía.
El magnífico
salón: una ruina
Vapores de espesos
insecticidas envenenando la atmósfera.
Los muebles en discordia
como gritos de seres arrancados de su sitio
colinas de cenizas,
montañas de insultos: insanos, insalubres.
Oscura cosecha de una
ácida colmena.
Ahí estaban.
Feroces las enemigas secretas.
Espectros de lo que
soy. Ahí estaban.
Sentadas en el comedor
de ébano.
Harapientas, mendigando
la luz de mis mejores días.
Hurtando felicidad
ajena a su desgracia.
Corrompiendo la luz
con su opaca presencia.
Ahí estaban.
Las mujeres pordioseras.
Las mujeres silenciadas.
Las mujeres perturbadas.
Oh muchachas, los suburbios
nos han capturado
bajo las turbias incubaciones
de otras voces.
Así no podremos
vivir más entre nosotras.
¿Quién
lavará el limo de nuestros ojos encendidos?
¿con qué
agua? ¿de cuál manantial?
Las tinieblas no pueden
ser nuestra mejor alianza
Oh muchachas, si el
tallo se corrompe ¿Quién cuidará de la flor?
Para encender el fruto
¿Dónde las dulces manos jardineras?
Salí a la calle
dando de gritos.
Las largas avenidas
sólo diseñaban las rutas de un violento cielo.
Un estruendo de piedras
lloraba por los senderos antiguos.
Sólo el cementerio
yacía mudo. Sólo el cementerio nada decía
Porque ahí se
aplican ciertas medidas desconocidas.
Rapsodia Séptima
Cavo el hueco. Me desentierro.
Lejos de las delirantes
hembras.
Difícil cosa
es amansar el corazón.
Percibo belleza en
este casto lugar.
Y no sé decir
si también dulzura. Aquella
que dirime cualquier
dolor y se disculpa.
Desde que toco el Silencio
el Silencio me toca.
En alianza con los
árboles
ya no pienso preguntas,
Daniela.
Estoy de pie
con un fuego
entre las manos.
Luminaria
Trés haute amour,
sil Pert que je meure
Catherine Pozzi
Luminoso amor que todo lo transformas
de qué astro,
de qué luz, de qué vida
has venido
¿de dónde?
Por qué cerro,
por qué ladera, por qué montaña
has bajado
¿por dónde?
Para amarte como te
amo
para amarte como te
amo
¿de dónde
has venido?
Luminoso amor que das
claridad a mi vida
de qué eternidad,
de qué olvido vienes
para que olvide como
me olvido
del ayer, del ahora
y del mañana.
Con solo mirar tus
ojos en mis ojos
tu ola me lleva al
olvido de mí,
¡oh dulce resplandor
de estos días!
Dime cuándo
has pulsado el mundo con mano fuerte
para disponer como
dispones
otro aire en el rumor
de las horas
otro olor en el polen
de la vida
un fulgor de flor
en el filo horizonte
de la noche.
Dime cuándo,
en qué momento
tu ojo con mirada de
amor ha penetrado en mi ojo abierto
en qué instante
ardieron deseos, soles, mar adentro
para sembrar no rosas
ni narcisos
pero frondas y madreselvas
y naranjas redondas,
tubérculos y
quién diría, algas y hogueras
en todas partes, raíces
y lenguas
van y vienen en gracia
y premura,
en fin, abrazos, todo
ombligo.
Oh luminoso amor, en
qué momento
tu ojo con mirada de
amor ha penetrado en mi ojo abierto.
Antes de ti, el mundo
giraba trastornado
las cosas sin lugar
no eran cosa alguna
la luz, cansada de
esperar su turno hizo nido no sé dónde
la silla resentida
de ser una se volcaba melancólicamente
sobre una larga mesa
de mara fina
y la almohada, la almohada,
amor,
sacaba sus plumas con
ansias de cuna.
Oh dulce amor, tus
manos en mis manos
deseando han engendrado
mundo.
II
Si tú mueres
primero amor
ay, si tú mueres
primero
si eso ocurriera ya
no habría árbol que tocara el cielo
ni puerta que mirara
al campo
y la calle se truncaría
con el sólo andar de mis pies.
Si yo muero primero
amor es necesario dejar dicho
que fue el prodigio
de tu presencia iluminada
tu abrazo, tu mano,
tu pie de tranco largo
el germen, el enigma,
de todas mis palabras
el más grande
sortilegio que diera la aurora.
Entonces, si por la
gracia de la vida eres verbo,
oh dulce amor,
si yo muero primero,
ay, si yo muero primero
me hallarás
encaramada sobre el más alto faro
atenta a las olas
regresar
nuestra hoguera.
(Inédito) |